Un ecologismo liberal que sí defiende el desarrollo productivo del campo

Articular la protección ecológica del campo de espaldas a su desarrollo socioeconómico o productivo es un suicidio ambiental. No cabe enarbolar la defensa del Medio Ambiente al margen de la viabilidad de las explotaciones agrarias que abastecen de alimentos a la UE. El pasado miércoles, 7 de febrero, el Diario 20 Minutos publicaba una interesante […]

Articular la protección ecológica del campo de espaldas a su desarrollo socioeconómico o productivo es un suicidio ambiental. No cabe enarbolar la defensa del Medio Ambiente al margen de la viabilidad de las explotaciones agrarias que abastecen de alimentos a la UE.

El pasado miércoles, 7 de febrero, el Diario 20 Minutos publicaba una interesante entrevista a Manuel Pimentel Siles a cargo de la redactora Amaya Larrañeta. 

https://www.20minutos.es/noticia/5215904/0/manuel-pimentel-cesta-compra-estaba-150-euros-va-por-250-llegara-500-esa-sera-venganza-campo/

En dicha entrevista, realizada en un momento en el que el campo se encuentra en pie de guerra en toda Europa, Manuel Pimentel (ex Ministro de Trabajo, ingeniero agrónomo y apasionado del campo y la cultura) apunta a que la “chispa” que ha originado esta oleada de protestas se sitúa en la percepción por la gente de campo de que la política agraria europea se encuentra cada vez más burocratizada, regulada y alejada de los propios intereses agrarios y de sus verdaderos protagonistas: los agricultores y ganaderos. “Los cultivos no los decide el agricultor, se deciden en un despacho en Bruselas”, apuntilla. 

Manuel Pimentel deja asimismo otras muchas e interesantes reflexiones que aconsejamos leer, reflexiones que gravitan en su mayoría sobre la idea de que, de tanto poner el foco en la sostenibilidad del campo, se ha descuidado su realidad productiva. En los despachos de Bruselas se impone de esta forma, señala, el inconsciente colectivo de los europeos del norte, que quieren el campo nada más que para pasear, molestándoles por consiguiente las granjas, los invernaderos, los regadíos, las cercas y, en general, cualquier infraestructura agraria. 

Se llega así a una (ficticia) dicotomía o conflicto entre Medio Ambiente sostenible y agricultura que, de forma evidente y en los últimos veinte años, ha sido resuelta desde Bruselas con permanentes y cada vez mayores limitaciones regulatorias de cualquier faceta de la producción agraria, mientras al mismo tiempo se confía a terceros países la producción de los alimentos que consumimos y consumiremos los europeos en el futuro. 

Para algunos “ecologistas”, ello ha supuesto por fin la anhelada victoria del “ecologismo” y de la sostenibilidad ambiental sobre la agricultura y la ganadería, como si estas dos realidades pudieran permitirse el estar enfrentadas entre ellas. Algo nada extraño si tenemos en cuenta que se trata de ecologismos (socialmente imperantes hoy en día) radicalmente biocentristas para los que todos los seres vivos tienen el mismo derecho a existir y a desarrollarse y merecen el mismo respeto que el ser humano, al tener todos ellos el mismo valor moral. 

Sin embargo, legislar durante tantos años desde el biocentrimo y el buenismo ambiental debía tener necesariamente consecuencias gravemente perjudiciales para las personas que viven de las labores agrarias. Dicha política legislativa, surgida de los enmoquetados pasillos de Bruselas, no sólo supone la ruina de miles de agricultores y ganaderos europeos, sino también una dependencia geoestratégica de la UE nada deseable respecto de otros bloques geopolíticos o países en los que el desarrollo de los valores y principios de la democracia, la libertad y el Estado de Derecho no se encuentran, digamos, entre sus prioridades.

Con todo, desde la Asociación Ecología y Libertad estamos convencidos de que en las protestas que contemplamos hoy no sólo subyace una profunda desesperanza por el futuro del sector primario, sino también un lamento por el extravío de los principios liberales que vinieron a regir el camino común europeo, también en relación con la Política Agrícola Común (PAC). 

No en vano, el descontento de agricultores y ganaderos europeos con la creciente intervención de los órganos comunitarios en el sector primario ha ido progresivamente en aumento en los últimos lustros. No es casualidad que la PAC, mayoritariamente percibida en sus inicios como un firme apoyo al mantenimiento de la actividad agraria en la UE, sea vista hoy por muchos como un gigantesco aparato burocrático dedicado a una labor de planificación cada vez más minuciosa y alejada del terreno, así como a controlar o vigilar la aplicación de dichas normas. 

En este sentido, si lo que siempre ha pretendido la PAC es contribuir a proporcionarle un nivel de vida razonable a los agricultores, ganaderos y al resto de personas que viven del campo en Europa, entonces parece evidente que, al menos hoy por hoy, la PAC está fracasando en dicho objetivo. Y si el mayor impedimento para lograr tal fin es la preservación a toda costa del Medio Ambiente, entonces estamos más seguros que nunca de que una asociación ecologista como Ecología y Libertad, que surge con la finalidad de cohonestar la defensa del Medio Ambiente con el desarrollo económico y social de cada territorio y de cada sector productivo (también el sector primario) resulta imprescindible. 

Y es que, cuando se trata de proteger el campo, la defensa a ultranza de un ecologismo de paseo y jornada dominguera se convierte automáticamente en un problema o, como poco, en un mero decorado de cartón piedra, hueco. Es única y exclusivamente la población rural que trabaja el campo, y no quien lo patea, la que lidera con su desempeño diario la conservación de una naturaleza y una biodiversidad vivas.

Arrinconar o limitar el campo a un espacio recreativo donde poder convivir en paz con la naturaleza solo asegura su olvido, amén de indeseables y negativos impactos ambientales. Y si dicho arrinconamiento se produce desde la imposición de postulados ecologistas colectivistas, donde la libertad del agricultor y del ganadero se ve cada vez más limitada (en la elección de las técnicas de cultivo, en la elección de los propios cultivos, etc.), entonces la revuelta está garantizada. Es necesario reconocer el protagonismo que han jugado y juegan los agricultores y demás gente del campo en el aseguramiento del sistema agroalimentario en su conjunto, pero también en la salvaguarda de nuestros valores naturales. Ellos son los verdaderos agentes de la conservación del campo. 

Para el ecologismo libre y sensato, el supuesto enfrentamiento entre la defensa del Medio Ambiente y la actividad agraria es, simplemente, una falacia sostenida interesadamente por un ecologismo ideologizado, más interesado al parecer en congelar el desarrollo económico o decrecer, limitar la propiedad privada y obstruir a toda costa la libre actividad empresarial. Y, sin embargo, no existe desde el punto de vista técnico o científico ningún motivo para pensar que podamos ganar potencialmente en eficiencia ambiental desde una suerte de ecocolectivismo en el que debamos optar por la fórmula de la pérdida en libertades y el decrecimiento. En absoluto; sólo a través de los avances científicos y tecnológicos que propician la libre generación de riqueza puede protegerse convenientemente el Medio Ambiente. 

Europa no debe continuar sometida a una dirección política de planificación económica subyugada al ideario colectivista. El campo español y el europeo, así como la propia ecología, necesitan libertad, una disminución de la asfixiante presión regulatoria a la que se encuentran sometidos hoy. La PAC no puede quedar reducida a una especie de Comité Europeo de Planificación de la Agricultura, al estilo del Gosplán de la URSS, dedicado a la emisión de cifras de control anual y de detalladas directivas que fijaban al detalle pautas para todos los sectores de la economía soviética, incluido el sector primario.

Las restricciones de libertad abocan a la pobreza económica, social y ecológica. El futuro de Europa, de sus campos, de sus gentes, del enorme valor de la industria agroalimentaria y pesquera, está necesariamente atado a la libertad. ¡Sin libertad, pobreza!

Manuel Fernández

Director Acción Medioambiental

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